Dime qué comes…

En la Argentina, durante las últimas décadas, el consumo de alimentos procesados aumentó, los pequeños productores fueron desplazados por el negocio de la siembra y la cría intensivas y la vorágine urbana dilapidó la cultura de la comida casera. El resultado: miles de muertes por enfermedades con gran incidencia de la mala alimentación. Anemia, colesterol alto, sobrepeso y problemas en el crecimiento, estrellitas en el fast food time.

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2015. Marty McFly viaja para salvar el futuro y aprende:
1- No hay tiempo. Los autos vuelan y la ropa se ajusta automáticamente al cuerpo.
2- La publicidad, adaptada a una sociedad de hiperconsumo y a un capitalismo feroz, ataca desde las marquesinas en forma de gigantescos hologramas.
3- Hay tantas pantallas que asusta. ¡Bienvenida Era hight tech! ¡Los televisores robóticos ya reemplazan a los trabajadores en los fast food!

¡Pero calma! El protagonista de “Volver al futuro II” destapa su Pepsi. Por suerte, hay dos cosas que sí son familiares: las marcas y la comida.

En su casa Siglo XXI, el ritual de la alimentación es poco más que un trámite. La familia se sienta a la mesa, mientras la abuela mete al microondas una pizzeta de copetín que en 5 segundos se hidrata hasta tomar el tamaño tradicional de ocho porciones. Todos comen como autómatas una rica muzza con lo que parecen tomates recién inflados, sin parar de hacer otras cosas.

Corría 1989 y la segunda parte de la saga producida por Steven Spilberg se convirtió, como su antecesora, en una de las más taquilleras de Estados Unidos. También en nuestro país, la película tuvo un gran impacto. La industria cultural enseñaba un mundo de comodidad, delicia e instantaneidad que no se había colado aún en estos confines.

Tampoco estábamos hundidos en la prehistoria. Ya teníamos nuestros primeros Mc Donald’s –la primera sucursal abrió aquí en 1986— y hacía décadas los argentinos nos veníamos entregando al dulce y refrescante placer de la Coca Cola. Subsistía, no obstante, una pequeña cuota de virginidad. Por ejemplo, mientras en Norteamérica se vendían pizzas congeladas desde mediados de siglo pasado, la mesa local no conoció nada similar hasta la llegada de la Sibarita en el 2000.

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En la Argentina, los últimos veinticinco años marcan un quiebre antropológico que apenas presentimos: la radicalización de la producción industrial de los alimentos, el retroceso exponencial de la agroganadería tradicional y la transformación definitiva de cómo percibimos lo que nos llevamos a la boca. El de la comida es hoy un mercado luminoso, de productos bellamente empaquetados, de alimentos procesados para su disfrute inmediato, de frutas que se ven mejor de lo que saben, de pollos gordos, hinchados de hormonas y bañados en medicamentos; y de deliciosos brebajes endulzados con derivados de veneno. Un mercado lindo y amigable. Un mercado para cada paladar: light, verde y sano, explícitamente graso o cool. Un mercado berreta e omnipresente para una sociedad gorda y enferma.

Esta trasformación del modo en que nuestra sociedad se alimenta –menos dieta casera, frutas y verduras, y más productos procesados en la era de la reproductibilidad técnica de los comestibles— son causa de lo que los especialistas llaman “transición nutricional”. ¿Sus costos? Una combinación de malnutrición por la falta de propiedades en los alimentos, como son la anemia y la baja talla –la adaptación del cuerpo a compensar con la altura el bajo nivel de nutrientes, que de otro modo se reflejaría en una extrema delgadez– y la otra malnutrición, por el aumento desmedido de grasas, sal y azúcar: el sobrepeso, que afecta a la mitad de los argentinos.

Los datos sobre la situación alimentaria y nutricional de nuestro país son alarmantes. Tenemos unos 20 millones de gordos, la obesidad afecta al 18 por ciento de la población nacional; la diabetes, a casi uno de cada diez y el colesterol alto, al 25 por ciento. En hipertensión, principal causa de muertes en la Argentina, le ganamos a Estados Unidos, con una prevalencia de enfermos que alcanza el 30 por ciento, de acuerdo con la Segunda Encuesta Nacional de Factores de Riesgo para Enfermedades No Transmisibles 2011, del Ministerio de Salud de la Nación. En niños de 6 meses a 2 años, la anemia alcanza al 34,1 por ciento y en embarazadas, el 30,5 por ciento, según la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud 2007, realizada por la misma cartera.

En Argentina, ocho de cada diez personas mueren como consecuencia de una Enfermedad Crónica No Transmisible, como el cáncer, la diabetes y enfermedades respiratorias y cardiovasculares.

Al contrario de lo que reflejan los multimedios monopólicos de comunicación, la subalimentación, es decir, la falta de alimentos o hambre viene en declarado retroceso: menor al 5 por ciento, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Lo que trastoca nuestra dieta en mayor medida es la falta de acceso y uso de alimentos sanos y variados. Es decir, estamos saciados, el tema es con qué.

La alimentación inadecuada, el tabaquismo y la inactividad física son los principales factores de riesgo de las Enfermedades Crónicas No Transmisibles (ENCT) –como enfermedades cardiovasculares, tumores, enfermedades respiratorias y diabetes– que constituyen la principal causa de muerte en el mundo: el 62, 4 por ciento de los decesos del planeta.

En la Argentina, la epidemia es mayor: ocho de cada diez personas mueren por estas enfermedades. Esto es, nos morimos en un 79,4 por ciento de los casos por del estilo de vida que llevamos. ¿Qué comemos? ¿Por qué elegimos los alimentos? ¿Qué deberíamos comer para escapar?

Queremos ya

La historia viene así. Desde fines de la Segunda Guerra Mundial –cuando al fin la ciencia y la técnica se hicieron tiempo para otras cosas además de armas–, se viene desarrollando y concentrando esta industria alimentaria, en la que hoy sólo diez empresas transnacionales dominan el 90 por ciento de la producción de alimentos en el planeta: Coca Cola, Nestlé, Pepsico, Kellog’s, entre ellas.

Exploración fructífera, si las hubo. Nacen el jugo Tang, los comestibles deshidratados, los platos congelados y los cereales azucarados, se masifica el consumo de alimentos procesados como las hamburguesas y se transforma en 180 grados tanto el modo de producción de las frutas, cereales y verduras, como el de la cría de animales. Se experimenta en planos de genética y venenos.

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Los ritmos de vida también cambian, explica María Elena Boschi, directora de la carrera de Nutrición de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa). “Antes, en la estructura social había más mujeres que no trabajaban, la industria alimenticia estaba menos desarrollada, hacíamos bastante actividad física, los alimentos elaborados no eran tan caros y, por lo general, vivíamos en la zona donde habíamos nacido.”

Desde la década de 1970, continúa la especialista en nutrición comunitaria, el creciente ingreso de la mujer al mercado laboral y la consolidación de la migración a las ciudades –en la actualidad, más del 90 por ciento de la población vive en ciudades– orientan a la industria de los alimentos hacia la vida urbana. “Se empieza a comer más comida elaborada, más comida prefabricada y hay mucha menos actividad física. Esto implica que la ingesta de carbohidratos, azúcar, sal y grasas es mucho más grande, pero la actividad es menor. Y en esto, hay que contemplar todas las variables. Por ejemplo, que los chicos estén aproximadamente seis horas frente a una pantalla.”

En ese contexto de fuertes cambios, las empresas trasnacionales se fueron adaptando a la necesidad de cada época. Y, por supuesto, aprovechando las crisis como sólo el neoliberalismo sabe…

La metamorfosis

Mientras “Volver al futuro II” rompía taquillas en el mundo con sus pizzas instantáneas, la Argentina vivía los últimos manotazos de ahogado de Alfonsín en el proceso de hiperinflación. Miryam Gorbán, jefa de la cátedra de Soberanía Alimentaria de la Carrera de Nutrición de la UBA, observaba con horror cómo la crisis transformaba los comedores escolares en un “genocidio”.

El mercado había salido con una solución fantástica, cuenta: “Aparecieron en el país las empresas de comidas rápidas con sus comidas deshidratadas: guisos, cazuelas y locros deshidratados mucho más caros que los alimentos frescos, pero con la gran ventaja de que no se necesitaba mano de obra. Con un poco de agua caliente ya estaba. El problema es que ese tipo de comida significa dejar de comer alimentos frescos y aparte el agregado de sodio y del benzato de sodio como conservantes, y de aditivos que dan sabor y color, que están asociados a la hiperactividad de los chicos, es decir que actúa sobre su aparato cognositivo”.

“Pese que fue una medida de emergencia, los alimentos deshidratados habían llegado para quedarse. Por ejemplo, en Corrientes se usan muchísimo. Sin distinción de clase social, hoy se ven muchos chicos medicalizados porque no pueden quedarse quietos. Y esto viene de la escuela, el lugar desde donde los chicos deberían recibir una dieta saludable.”

Por esos mismos años, la periodista Soledad Barruti experimentaba en su casa la metamorfosis de los alimentos. La autora de “Malcomidos. Cómo la industria alimentaria argentina nos está matando” (Planeta, 2013) se comenzó a hacer una pregunta, que con los años se transformó en una obsesión familiar. “La producción de los alimentos se transformó radicalmente desde los 80. Apareció en nuestro país cada vez más fuerte la industrialización de la producción del pollo y, junto a la idea de que lo que venía de afuera era mejor, se estableció una noción de comida muy diferente: más empaquetada, más servida, una idea publicitaria de la comida.”

La Argentina produce 600 millones de pollos al año, según investiga la autora. Se trata de una raza nueva, creada por la ciencia estadounidense post guerras mundiales e introducida al país por aquellos años. Los nuevos pollos están bañados en hormonas para aumentar el crecimiento, llenos de fármacos para resistir el hacinamiento en corrales infestados de su propia inmundicia, sin espacio para correr y con los picos serruchados para que no se maten entre sí. Mientras los pollos de antes tardaban 80 días y 6 kilos de alimento en llegar a los 2 kilos, los nuevos pollos tardan 50 días y mucho menos alimento en adquirir 2 kilos y medio.

¿Los resultados? El pollo industrial tiene un 18 por ciento más de grasas, 5 por ciento más de calorías, 6 por ciento menos de proteínas, 9 por ciento más de residuos minerales y 30 por ciento menos de calcio, que el pollo que vivía en el campo. En cuanto a su consumo anual en el país, mientras en los 80 no llegaba a los diez kilos, hoy el promedio es de 33.

Barruti: “La producción de los alimentos se transformó radicalmente desde los 80. Junto a la idea de que lo que venía de afuera era mejor, se estableció una noción de comida muy diferente: más empaquetada, más servida, una idea publicitaria de la comida”.

Por otra parte, aún están en estudio las consecuencias del (ab)uso de antibióticos en su producción, que, se considera, crea bacterias aún más resistentes, “como pasa con los pesticidas y las cucarachas”, describe Barruti. En Estados Unidos, donde se utilizan 13 mil toneladas de fármacos para producir diferentes carnes, los costos en salud que trae intentar combatir estas bacterias resistentes fue en 2009 de entre 16 y 26 billones de dólares, apunta en Malcomidos. Un círculo perfecto para la industria farmacéutica.

La metamorfosis es tal, que según Gorbán los nutricionistas deberían “tirar y volver a estudiar la composición química de los alimentos”. La leche, las harinas, el huevo, el pollo, la carne vacuna, todo ha cambiado su contenido producto de la transformación en la producción.

El problema de la obesidad

Falta un año y seis meses para que Marty llegue al futuro, pero podemos ir adelantando en qué situación nutricional está el planeta gracias a la transnacionalización de la industria de los alimentos. La obesidad afecta en el mundo a más personas que el hambre: 1.500 millones contra 1.000 millones, respectivamente. Según el Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional 2013 de la FAO, 47 millones de personas padecen hambre en América Latina y el Caribe –cifra que está en retroceso–, mientras “la otra carga de malnutrición que afecta a la región, el sobrepeso y la obesidad, se extiende como una pandemia, afectando a un 23% de los adultos y a un 7% de los niños en edad preescolar”.

Para Gorbán, la solución está en la agroecología: “Volver con técnicas nuevas a un modo de producción sin tóxicos. No tiene nada que ver con la nueva moda de productos verdes. Se trata de recuperar la soberanía alimentaria, que es un concepto eminentemente político. El país no consume lo que necesita, porque tampoco lo produce. Se produce de cara a la exportación únicamente lo que da lucro.”

“Así es como los pools de siembra están cultivando un 60 por ciento de nuestras tierras fértiles con soja, obligando a que se concentre la cría de animales en los feedlot y que, por ejemplo, mientras antes cultivábamos el 30 por ciento de las tierras con trigo para el pan, ahora sólo destinemos el 11 por ciento. El resultado es que sube el valor de la tierra y desaparecen la producción a pequeña escala y cooperativa.”

En esa línea, la coordinadora de la cátedra de Soberanía Alimentaria (UBA) plantea que es urgente “desmontar la sojización” y parar la especulación de la industria alimenticia, que hoy “tiene sus vínculos económicos en otros planos, como el inmobiliario, el farmacéutico, el de la producción de combustibles y de alimentos para animales, y juega con la inflación para controlar la economía”.

No se trata sólo de la soja. “Lo que se debate desde los sectores críticos es el monocultivo”, señala Boschi. “Donde antes se hacía la rotación de soja-maíz-soja-sorgo, ahora se planta soja tras soja y más soja, que es un cultivo que demanda muchos nutrientes de la tierra y, producto del desgaste, precisa del uso de agroquímicos que resultan nocivos para la salud.”

“El corrimiento de fronteras agropecuarias para el cultivo de soja –profundiza la directora de Nutrición de la UNLa– resultó en que se perdieran miles de hectáreas de plantaciones de árboles, con un impacto terrible en comunidades indígenas que fueron desterradas de sus tierras ancestrales, de sus montes y de su principal producción, pero también con enormes consecuencias para el medio ambiente, porque los caudales de agua que antes absorbían los árboles ahora terminan en inundaciones como las que vemos en el NEA y NOA. No es gratuito todo esto.”

Sin embargo, el Plan Estratégico Alimentario 2010-2020 (PEA) planifica elevar la producción de granos de 100 a 157 millones de toneladas (60 por ciento más), lo que requerirá del aumento de la superficie sembrada de 32 millones de hectáreas a 41 millones (27 por ciento más). En cuanto a la soja prevé una reducción del área sembrada a 90 mil hectáreas, lo que difícilmente se condice con el aumento que se ha registrado en los últimos años y que culmina en los 19.8 millones de hectáreas sembradas con soja en 2012, según datos del Ministerio de Agricultura.

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El Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad Nacional de La Plata ha declarado al respecto que el PEA “tendrá un profundo y negativo impacto en el complejo sistema productivo de nuestro país, al consolidar el modelo de país agroexportador basado en la agricultura industrial, pools de siembra, agrotóxicos, monocultivos, despoblamiento rural y enormes ciudades insustentables”, en lo que representa “un modelo de agricultura sin agricultores”.

De todos modos, para Boschi, el éxito del Plan depende de que “se establezcan políticas agropecuarias, como beneficios o incentivos, que orienten a los agricultores o a los productores ganaderos a que dejen de sembrar soja y se dediquen a la ganadería, al trigo, a la leche, a cítricos o a cultivos no tradicionales”. De otro modo, los productores no cambiarán por otra producción.

“Es importante destacar que Argentina es uno de los pocos países en América Latina que tiene un Pan Nacional de Seguridad Alimentaria (2003) por ley, que brinda una cantidad de prestaciones enorme: desde apoyos a comedores infantiles, huertas comunitarias a la atención integral de la salud. Este plan, sumado a políticas trasversales como la de Precios Cuidados y la Asignación Universal por Hijo, contribuye a garantizar el acceso a los alimentos. Sin embargo queda muchísimo por hacer.”

En esa línea, hay que trabajar en dos planos, opina la periodista Soledad Barruti. “El fin de todo es que vos compres tu comida hecha en una caja y la metas al microondas. La solución sólo puede estar en que la comida sea hecha por personas y no por empresas. Pero aunque lo hagas, vas a estar expuesto a recibir la manipulación de los procesos productivos, a que le hayan puesto mucho plaguicida al tomate, a que la carne venga de un feedlot y no de un campo. Y eso, en el segundo nivel, nos está diciendo que tenemos que volvernos políticamente responsables para requerirle al Estado un cambio en función del cuidado de la salud.”

Una cosa es segura: no tenemos un DeLorean para regresar a la década del 80’. Aunque pudiéramos retroceder el contador e impedir la avanzada sobre los pequeños productores, no se puede ignorar que el modo en que comemos está atado a los nuevos ritmos de vida, la globalización del mercado y la concentración de poder político-económico de las trasnacionales.

Ir al super y distinguir qué productos son comida, y cuáles una idea publicitaria de belleza, comodidad o sabor es la punta del iceberg. El verdadero desafío será encaminar la producción, acceso y uso hacia modelos más saludables para la población y generaciones posteriores. Malas noticias: abrir la bolsa, hervir y tragar, no es comer.


SOBERANÍA ALIMENTARIA

-La Soberanía Alimentaria es un principio, una visión y un legado construido por los Pueblos Indígenas, campesinos, agricultores familiares, pescadores artesanales, mujeres, afrodescendientes, jóvenes y trabajadores rurales, que se ha convertido en una plataforma aglutinadora y en una propuesta para la sociedad en su conjunto.

-Es el Derecho de los pueblos a controlar sus propias semillas, tierras, agua y la producción de alimentos, garantizando, a través de una producción local, autónoma (participativa, comunitaria y compartida) y culturalmente apropiada, en armonía y complementación con la Madre Tierra, el acceso de los pueblos a alimentos suficientes, variados y nutritivos, profundizando la producción de cada nación y pueblo.

-Requiere valorar y promover a la Agroecología como único modo de producir alimentos de alta calidad, respetando los ecosistemas y reconociendo los conocimientos de mujeres y hombres campesinos, indígenas, agricultores familiares, pescadores artesanales y pastores.

-Rechaza enérgicamente la generación, desarrollo y uso de agrocombustibles y toda la generación de energía a través de la biomasa, tal como viene siendo promovida por gobiernos, corporaciones, agencias de ayuda, las Naciones Unidas, las instituciones financieras internacionales y demás agentes interesados en su producción a gran escala y en su comercio internacional.

-Del mismo modo, rechaza al desarrollo e imposición de organismos genéticamente modificados que, acompañados de un paquete tecnológico basado en agrotóxicos, vuelven cada vez más precaria y dependiente la vida de los Pueblos.

-Sostiene que la denominada “Economía Verde” significa la comercialización global del aire, los mares, las tierras, territorios y demás bienes naturales.

* Fragmentos de la declaración de la III Conferencia Especial para la Soberanía Alimentaria por los Derechos y la Vida de Marzo 2012.


SEGURIDAD ALIMENTARIA EN AMÉRICA LATINA

Según la FAO, “la Seguridad Alimentaria requiere del ´enfoque de doble vía’, un amplio espectro de políticas públicas para enfrentar situaciones sociales complejas de forma inmediata (como) programas de transferencias condicionadas y de alimentación escolar y enfrentar cambios estructurales en un horizonte de más largo plazo: apoyo a la agricultura familiar y mejorar los estándares del empleo asalariado en las zonas rurales de la región”.

El Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina y el Caribe 2013 analiza las principales variables de esta compleja temática. Algunos de los resultados:

-47 millones de personas sufren hambre en América Latina y el Caribe, tres millones menos que en 2008-2010

-16 países de la región han cumplido el primer Objetivos del Milenio, meta de «reducir a la mitad el porcentaje de personas que padecen hambre”.

-Sobrepeso afecta a un 23% de los adultos y a un 7% de los niños en edad preescolar.

-La región ha logrado avances importantes en la reducción de la pobreza y la indigencia: en 1990 pobreza afectaba al 48,4% y la indigencia a al 22,6% de la población: hoy se han reducido a 28,8% y 11,4%, respectivamente.

-América Latina y el Caribe produce más alimentos de los que requiere para el consumo de su población. Ningún país de la región carece de disponibilidad calórica suficiente para los requerimientos mínimos diarios por persona.

-El ciclo de crecimiento económico de los años 2000 permitió aumentar el empleo y los ingresos, sin embargo, el crecimiento en sí mismo no ha logrado resolver las grandes carencias y desigualdades características de la región.

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