Una ruca tecnológica hecha de cenizas volcánicas

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Lo dicen los pueblos indígenas andinos hace más de quinientos años. Todo sobre la tierra es dual. El sol se opone a la luna como la montaña al valle. Esos contrarios no son antagónicos o, dicho de otro modo, no hay bien en la luz y mal en las tinieblas. Todo se complementa. La siembra se hace para la cosecha y la cosecha no existe sin la siembra, la muerte precisa de vida y el colectivo sólo es tal cuando se compone de individuos. La desgracia, entonces, también puede traer fortuna, como ocurrió en Ingeniero Jacobacci, un pueblito patagónico golpeado por la erupción del volcán Peyehue, que encontró en las cenizas una oportunidad para renacer.

La localidad rionegrina, ubicada 210 kilómetros al este de Bariloche, fue una de las más afectadas por el fenómeno chileno. Quedó literalmente asfixiada por el polvo gris, en una emergencia social, agropecuaria y vial que perjudicó al total de la población de diez mil habitantes, pero sobre todo a las comunidades mapuches que viven a grandes distancias de la ciudad y en condiciones de clima muy extremas: vientos de más de 80 kilómetros por hora y temperaturas que en el invierno llegan a los 30 grados bajo cero. La muerte de unas 800 mil ovejas por falta de alimento significó la pérdida de la única fuente productiva de esas 700 familias rurales indígenas.

Jacobacci estaba paralizada. Sin embargo, fue en ese contexto que surgió una alternativa que no sólo apunta a sobrellevar la crisis generada por el volcán. Se trata de una iniciativa gestada desde el Centro Experimental de la Producción (CEP) de la Facultad de Arquitectura de la UBA –que cuenta con el apoyo del municipio local y la Comisión Nacional de Comunicaciones, que depende del Ministerio de Planificación–: la construcción de una “ruca”, casa en lengua mapuche, donde funcionará un centro tecnológico y de capacitación sobre energías alternativas y el reciclado de desechos urbanos y ceniza volcánica que apunta a generar un cambio en la calidad de vida de la población.

La Ruca Tecnológica es la primera edificación hecha de ceniza volcánica y fue levantada por la comunidad local sin un solo albañil. Con su inauguración el 4 de junio, un año después de la primera erupción, la obra cumplió su primer objetivo: transformar el polvo, causante del desastre del pueblo, en una herramienta de construcción y crecimiento. Ahora, comienza la segunda etapa. Difundir entre los pobladores la utilidad de la ceniza y otras técnicas de producción sustentable que posibiliten el crecimiento en el contexto de clima extremo. ¿Ambicioso?

LADRILLO POR LADRILLO

La obra comenzó en las escuelas y los clubes del pueblo. Los chicos emprendieron una juntada de botellas de plástico entre otros desechos, mientras que jugadores de rugby y futbol se capacitaban para comenzar a trabajar. Desarrollada por el equipo de arquitectos del CEP, la técnica de construcción es tan sencilla como hacer una casa de adobe, sólo que en vez de utilizar ladrillos de barro para las paredes, se emplean bolsas de 35 kilos llenas de ceniza volcánica compactada. Además, se utilizan los envases de plástico para asegurar las juntas de las bolsas y diferentes arcillas para recubrir las paredes; neumáticos usados que funcionan como claraboyas; y techos de chapa recubiertos de diatomea, un mineral natural de la zona que absorbe la humedad.

Levinton: «La ruca era el centro de todos los ritos que la comunidad indígena hacía para mantenerse unida a sí misma y precisamente necesitamos fortalecer la identidad cultural si queremos generar un modelo productivo distinto al de esta época de globalización neoliberal».

Los materiales utilizados en la construcción de 140 metros cuadrados convierten a la casa mapuche en un verdadero centro de reciclaje. En ese sentido, cuenta con sistemas de generación de energía eólica, cocinas solares y un invernadero calefaccionado con parábolas solares, y sanitarios secos patentados por el CEP que transforman las heces en fertilizantes. A esto se suman algunas ventajas aportadas por la utilización del polvo del Peyehue. La construcción en ceniza tiene resistencia antisísmica, una enorme capacidad aislante térmica que mitiga las bajas temperaturas y su uso tiene un costo mínimo, ya que se usan sacos de reuso agrícola que no superan los 20 centavos de dólar, la ceniza que todavía es abundante y revoques de arcillas sin costo. “Es lo que llamamos un ecocentro, una plataforma de la comunidad creada en base a principios de sustentabilidad productiva y ecológica”, define Carlos Levinton, director del proyecto y del CEP, centro de investigación de la UBA que nació en 1986 para resolver contextos de crisis, con la convicción de que la arquitectura comprende todo aquello que produce hábitat, y que se ha convertido en una verdadera incubadora de microempresas.

En Jacobacci, la idea es que el ecocentro funcionara como plataforma de distintos proyectos que resolvieran los problemas del pueblo mapuche. “Se eligió hacer una ruca porque era el centro de todos los ritos que la comunidad indígena hacía para mantenerse unida a sí misma y precisamente necesitamos fortalecer la identidad cultural si queremos generar un modelo productivo distinto al de esta época de globalización neoliberal. Vivimos en un mundo que dispersa a la comunidad. Y, en efecto, si una familia indígena, cuya cultura está profundamente arraigada a la tierra, pierde su base sustentable, no tiene más remedio que migrar.”

Los mapuches no tuvieron nunca una construcción a base de ceniza, ni repleta de los equipos de tecnología que aportó la Comisión Nacional de Comunicaciones para intentar revertir la situación de aislamiento que sufren las familias campesinas. No obstante, la edificación respeta los conceptos básicos de la vivienda original. “Es una planta medio redonda, un tanto ovalada, que es la forma de las cosas que van a tener un futuro desarrollo y complejidad –detalla Levinton–. Por ejemplo, el huevo tiene forma circular y, si vos lo cortás, siempre te da un círculo. Es una forma simple, pero que concentra toda la complejidad que se ‘desenrollará’, porque los pueblos originarios de Latinoamérica creían que hay un desenrollarse de la naturaleza, como si toda la riqueza de la cultura o de la historia estuviera enrollada y se tuviera que desenrollar para contar el relato”.

“DESENRROLLAR” JACOBACCI

La sustentabilidad económica es difícil fuera de la ciudad de Jacobacci. Las comunidades rurales viven dispersas en la meseta, en lotes de entre 3 mil y 5 mil hectáreas. Los pocos milímetros de agua que llueven por año se filtran en la tierra, a lo que se suman el viento y las bajas temperaturas. Lo único que crece es un pastizal muy duro del que se alimentan las ovejas. De sembrar, ni hablar. Y mucho menos con la tierra cubierta de ceniza. Esta primavera comenzarán los talleres de capacitación a las comunidades para que reviertan esa situación en base a un plan estratégico diseñado por el CEP. “Para eso, tuvimos que pensar cómo podíamos utilizar los recursos locales para hacer posible el ‘desenrrollo’ de estos pueblos”, cuenta Levinton. ¿Cómo parar el viento, juntar agua, cultivar y generar fuentes de trabajo alternativos para aumentar los ingresos de las comunidades?

Lo primero a resolver es el tema del viento, porque impide que se fije la tierra y, por lo tanto, el crecimiento de cualquier planta, señala Levinton. “Aplicaremos la técnica de las bolsas de ceniza para levantar un muro que frene el viento y detrás plantaremos una cortina de árboles. Pero aunque tuvieras la pared, el árbol no crecería porque el clima es extremadamente frío y porque no tendría agua para hacer fotosíntesis.”

–Dos nuevos problemas.
–Sí, el frío se resuelve con la construcción de un invernadero. Pero para el agua, el equipo del CEP tuvo que experimentar un poco más. Cuando llueve, los pocos milímetros de líquido se infiltran en la tierra árida y se pierden. La situación del suelo empeora con la ceniza, porque ésta ahoga la tierra e impide la fotosíntesis de la vegetación. Pero si mediante una técnica de arado doy vuelta y pongo la greda (tierra) arriba y la ceniza por debajo no solamente la tierra respira, si no que la ceniza almacena el agua. Cuando luego uno siembra, la planta fija la tierra, y la raíz consolida el sistema. Entonces, esta estrategia que descubrí soluciona el problema y, una vez más, los pueblos originarios tienen razón: todo elemento maligno, se transforma en benigno.

–Es una transformación del hábitat a largo a plazo. ¿Cómo se garantiza, mientras tanto, la sustentabilidad económica de los pueblos?
–Recuperando los valores de la cultura indígena –sonríe Levinton–. Hay un concepto muy importante que es el de la reciprocidad: si yo te doy algo, a vos te va a gustar darme algo a mí. Yo no tengo que venderte y que vos me compres, para que yo te tenga que comprar. Entonces, la propuesta es recuperar el arte originario como, por ejemplo, el del tejido o el de la cerámica, que se pueden trabajar con materiales del lugar. Con la alfarería del arte mapuche se pueden fabricar envases maravillosos que se llenen de de salsas, trucha ahumada, dulces de la región o agua de vertiente.

–Pero no crecen árboles de frutos en la zona de Jacobacci.
–Entonces, ¿qué hacemos? Truques con otras comunidades que están en El Bolsón o Esquel que son pródigas en la mosqueta o la frambuesa. Ellos nos mandan estos elementos, nosotros los convertimos en mermeladas, los envasamos y, después, compartimos el negocio con ellos. El mundo capitalista debiera volver a aprender de esta forma de comercio que genera empleo, envases connotados por el accidente de la vida de cada persona. La producción de tierra cocida es magníficamente reciclable, y escapa a la forma de los envases de plástico o polietileno de las sociedades de consumo, que agrandan nuestros basurales.

–Es apostar a un modelo distinto
–Sí, y el capitalista es un modelo de desarrollo en crisis, basado en la desigualdad. Es pobreza versus concentración, un paradigma ilógico que ha demostrado que no sirve, y puede que el mundo que se viene tenga más que ver con la cultura indígena que con la evolución del mundo neoliberal. En este proyecto, el paradigma del desenrollarse marca los caminos de lo posible para la comunidad de Jacobacci en la etapa de redefinir alternativas de sustentabilidad, y no en términos de la apropiación de los recursos y los medios de producción. Esto le da a la Ruca Tecnológica un enorme potencial como modelo de crecimiento. Hoy en Jacobacci, mañana quizás en los centros urbanos.

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